Se puede, pero no se sabe

¿Cómo explicar que un equipo arrollado al principio (12-24) se pone a arrollar (60-45) pero luego se deja negligentemente ir, empatar, y luego pierde en la prórroga? Pues porque no hay suficiente dureza mental en esta selección, porque el nivel de concentración es desigual entre los jugadores –el quinteto titular salió en plan displicente y adormilado– y, en particular, porque el equipo termina muy mal los partidos apretados... o los que no lo estaban, como éste de Italia. Y eso hay que apuntarlo indudablemente en el debe del seleccionador, que no ha sabido mantener al equipo tenso y agresivo hasta el final. No hay que cargar las tintas contra un Juan Antonio Orenga novato, pero es tan evidente que España ha perdido tres partidos que iba ganando en el último cuarto, que no se puede ignorar. Las rotaciones, los tiempos muertos, los cambios defensivos, los ánimos y las palabras de calma: todo ese conjunto de utensilios que el entrenador maneja lo ha sido defectuosamente por Orenga. En el camino hemos visto cosas no muy comprensibles, como a Alex Mumbrú de cuatro durante ¡27 minutos! Víctor Claver, que no había empezado mal y no parecía lesionado, solamente jugó 18. Frío, su entrada al final de la prórroga fue la puntilla. Una de las consecuencias de esa opción por el small ball: clara pérdida del rebote, 38-48. En todo caso, fríamente visto no hay mucha diferencia entre enfrentarse a Serbia y a Lituania, y durante cerca de tres cuartos España volvió a demostrar anoche que cuando defiende duro (zona incluida) puede imponerse a cualquiera. Puede, pero intermitentemente, y, por lo visto, ni en cancha ni en el banquillo se sabe cómo hacerlo cuando un partido se acerca al final y hay que mantener las distancias. Esas tres derrotas pueden pesar como una losa en la fase decisiva. Pero nada es irreparable todavía.